viernes, septiembre 23, 2011

Enfermedad sin enfermo.


Alguien alguna vez ha pensado que estaba enfermo sin estarlo realmente o que de un día para otro lo iba a estar por unos pequeños avisos de debilidad. Si sé que estoy realmente enferma lo verifico con causas: vómitos, mareos y todo alimento, incluso una brillante manzana se vuelve una composición diarreica nefasta y el estómago está repleto de minas anti-comida. Hay personas incluso que piensan que pueden morir continuamente ya sea con una pequeña cefalea y/o punzada en el abdomen. ¿Qué sucede cuando estás realmente enfermo y no es ninguna causa física? Cuando lo que está enfermo no se puede sacar ni tratar con medicamentos. No tiene cura posible porque no es material. Lo que sientes enfermo te acompaña per se a donde quiera que vayas como un peso fatigoso. Es el peor de los guionistas y actúa como una enfermedad perpetúa que florece cuanto más se sustenta con tiempo. Afecta a la prosperidad de haber tenido la mínima posibilidad de adquirirla y todo lo que pude llegar a pensar sin creerlo para seguir sobreviviendo lo separa con suavidad y sin prisas, dejando ver la tediosa vida que hay y habrá sin solución. Esa fuerza que me infundé sin razón ninguna (quizás el marketing próvido preestablecido de autosugestión hasta en lo más mísero que me instruyeron desde que fui concebida para seguir dando frutos al mundo con mi no más valiosa que otra mano de obra. Amigos, conocidos, la vida social que llevo obliga a pensar con seguridad enfermiza esas mentiras que me hacían seguir sobreviviendo). La fuerza y enfermedad. No hay amistad, siempre acaba por destaparla burlonamente. Me doy cuenta de lo que ya sé por mucho intento y voluntad: siempre habrá pena y no la que va con papeleta de futuro. El futuro es tiempo, tiempo que se vuelve pasado… Volvemos a empezar, volvemos al conformismo. Pasa cada día, semana, mes y año. Cuando se desmorona algo que no ha sido creado (el optimismo obligado) no hay remedio posible. Su base está enferma; no existe nada para poder ser curado y tampoco para ser creado. Cuando te enferman la vida, no existe nadie para ser tratado, ni siquiera yo.

martes, septiembre 13, 2011

Ansie-(dá)


Podría jurarlo si fuese creyente. La desgana es mi mayor enfermedad actual. De ella soy esclava, de ella y del nudo insufrible de mi garganta. Siento repulsión por lo más insignificante. Sobre todo si es esta ciudad. Su pestilencia es devastadora; las ratas disfrazadas de gente y hasta lo que parece hierba en realidad es excremento de perro.

La comida de los gatos callejeros se descompone entre moscas pegajosas que van junto a los cubos de basura colmados desde de la mañana y desprendiendo un hedor insufrible. Los desagües están a reventar, mi vida ha reventado y yo camino por ella como si supiese que puedo salvarla de alguna manera. Mi rostro está conforme incluso con una patada en la boca del estómago (si me la propinase algún hijo de puta ahora mismo). Parece que desde hace meses alguien ha soltado las últimas tuercas que quedaban sujetas y se ha marchado sin intentar sorprenderme.

Podría sentirme más sola sino me acompañase la vida para recordarme que tengo junto a mí la soledad más destructiva, la que aprendió a crear para destruir cuando solo encontraba vacío. ¿Qué se puede esperar cuando no se espera nada? Cuando has dejado tu camino a la confusión del transcurso de los días y a tu tiempo pudriéndose entre las manos húmedas y dejadas de lucidez.

No hay nada más acabado que alguien que ha escrito para sobrevivir ya no pueda hacerlo porque dejó de sobrevivir.

No hay nada más doloroso que mi arte frustrado sea hojas en blanco durante horas de temblorosa ansiedad; ansiedad que cercena mi ser.