viernes, marzo 04, 2011

1. Carmen


Vidas con nombre.



1
. Carmen




Su consumido cuerpo se adhería a una camiseta de lycra con estampado militar. Corta, de tirantes. Quizás demasiado corta, demasiado fina para ser invierno.
El sol se imponía en el cielo algunas veces y las nubes que se agrupaban en las esquinas de la terminación de mi vista, lo ocultaban cuando corrían.
Vestía unos pantalones pitillos color morado y unas botas, también militares con cordones blancos que tenían el nudo atrás. Con su mano derecha, agarraba una bolsa verde de plástico transparente. Algo desgastado. La típica de mercado en la que almacenaba un poco de ropa. Con el brazo izquierdo, sujetaba una chaquetilla. De sus hombros colgaba una pequeña mochila en la que solo se puede guardar un par de suspiros. Apuraba un cigarro recién encendido que no dejaba de observar. Yo caminaba con pesadez cuando la vi despedirse de aquel chico negro.
Ella estaba delante. Miraba para un lado, para otro. Se percibía que estaba perdida pero desde hace mucho tiempo. Yo seguía detrás. Se paró en seco. Dio una calada. Se giró. Me miró.
Con poca fuerza se fue acercando. Parecía que estaba apunto de abatirse ante mí.
Me preguntó sobre un centro para gente sin techo, en el que le podían dar de comer. Le dije que me siguiera, que le indicaba donde estaba. Me lo agradeció y empezamos a caminar.
Me preguntó por mi nombre. Yo le pregunté por el suyo. -Carmen.
Había llegado esa misma mañana. Buscaba dos hermanos, los cuales, habían muerto por el sida. Me preguntó por si los conocía. Negué con la cabeza. Decía que desfallecía de hambre. Una mujer mayor le había dado unas cuantas monedas.
“La pobre beata, no dejaba de hablarme de Dios. Le dije que gracias a él, estoy así”
Me dijo que la anciana contestó:
“No, te lo has buscado tú”
Y yo le dije -las monedas regaladas vienen con fábulas.
Carcajeó.
Se había ido de casa con 13 años. Su padre la maltrataba. Una boca menos para una persona sin futuro desde que nace. Su voz temblaba. Comentaba lo joven que era y lo mucho que le agradaba mi nombre. Le recordaba a un pasado incierto, donde podía ver películas de Disney sin pensar si ese día comería o no. La gente nos miraba desconcertados. Parece que no hacíamos buena pareja para hablar libremente y caminar juntas.
- ¿Tienes hora? –me preguntó-
- Las 11:30 –contesté-
- Es buena hora. A ver si puedo conseguir un bocadillo al menos.
- Aquí te dejo, Carmen. Tienes que seguir recto, ahí encontrarás el centro. Espero que todo vaya bien.
- Lo mismo espero de ti. Eres joven y se nota pena en tu mirada. Cuida de tu tía.
- No dije nada de una tía. –desmentí-
- Vaya, entendería mal.
- Sí.
- Hay que ser fuerte en esta vida. Yo no elegí vivirla, pero elegí luchar contra ella.

Sonreí y me marché.

2 comentarios:

  1. Feroz, atroz, despiadado, directo, directo al ser… Me encanta el relato: bien tratado, perfectamente delimitado y con un lenguaje espontaneo e implacable. No tengo nada que decir en contra de tal lágrima. Aún a parecer repetido y cargante, te volviste a superar una vez más.

    En la vida no todo el mundo corre la misma suerte, gracias a ello tenemos historias tan deliciosamente horribles como las que se arrinconan, como las hojas secas, en los fríos bancos de un parque infantil deshecho o en la realidad que se intenta esconder en la sangre seca que ensucia una jeringuilla reutilizada.

    El hecho de sentirnos vivos, obviamente, no es fácil de digerir, pero es un privilegio que pocos pueden vivir.

    Es muy grato encontrarse bocados tan apetitisos, literariamente, como tu blog. muchísimas felicidades.

    Saludos y un abrazo.

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