Es el hexágono dicen,
de –una- cabeza desdoblada,
-dos- de un caos incorpóreo
que –tres- veces yace incompleto
en –cuatro- paredes de
la habitación dejada.
A las –cinco- espera
que las –seis- respuestas
no tengan salidas
sino son supervivencia
en alguna esquina.
Es el queroseno mental,
mi leche materna.
Ansío la cadera estrecha
negociándola por la
sangre de una amapola
que cae hacia abajo
y empapa el individuo.
Con impaciencia deseo,
el llanto acompañado,
el que va venoso.
Puede ser con lo etílico,
o unos dedos amarillentos.
Cada una de ellas,
siempre es -menos.
Solo me sigue quedando,
algo que ni ocupa un espacio.
Se compara con el regalo
de alguna estrella,
una que ya está muerta
u otra que tiene vergüenza
de llegar a ser –seis- veces nada.